Communitas Franciscanas, Internet y el Mundial de Fútbol

Communitas es una palabra un poco del latín, un poco de misa, que refiere a una configuración social igualitaria y en ausencia de normas explicitas, lo que la hace, respectivamente, un tanto anormal e inestable. Para entendernos es como un buen rollo comunal en el que cada participante se imbuye de un sentimiento de vivencia en grupo de una experiencia que está siendo co-construida entre todos. El buenrollismo surge de algo parecido a una solidaridad Durkheimiana más bien mecánica, en el sentido de que consigue el pegamento para su cohesión no de una hiperespecialización que hace a cada miembro sabedor de necesitar al resto, como en la sociedad moderna convencional, sino que el participante goza con la homogeneidad del grupo en algún aspecto esencial y esto determina el encaje de la persona en la communitas. Los miembros de la communitas comparten valores y actividades y está construida sin distinciones entre individuos por roles o status. En resumen, en la communitas se difumina la estructura social tal como la entendemos comúnmente y ni la economía, ni la estructura política ni incluso el parentesco juegan su habitual rol normativo. ¿Esto

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existe? Sí, claro. Fugazmente, pero es lo que pasa con los que participan de verdad, aún más si se ayudan de ciertas ‘sustancias catalizadoras’, en un buen fiestón, como los Sanfermines, las fiestas de Aranda, una peregrinación como el Rocío, el Burning Man festival o una cabalgata del orgullo gay… si bien es cierto que el estado de communitas en estos casos, tiende a difuminarse con la resaca.

La resaca disuelve la communitas. Bueno, eso y la confusión que hace recordar que es necesario tener los artículos necesarios a mano, lo que implica coordinación y movimiento de recursos, el aplazamiento de las gratificaciones, una relación ordenada estructural entre personas, una normativización de las relaciones libres entre individuos, es decir, la sociedad… Entonces,  ¿Existen communitas que duren más allá de una noche o unos días?

Turner[1] utilizó el ejemplo de los Franciscanos para ilustrar cómo una situación de Buenrollismo puede ser duradera, aunque más allá de un umbral su perennidad pase por convertirse de la communitas vivencial a una normativa, del happening hippie a la granja organizada, aunque sea con gente de pelo largo y lleven las lechugas al mercado en una camioneta de colores.  En el sXII, San Francisco, hijo de un rico mercader -¿todos los que se tiran al monte son hijos de rico?- fijó clara su orientación vital de rechazo a las posesiones para concentrarse en vivir su amor a Dios. Se rodeó de otros que lo veían tan claro como él y declinaron su noción de la austeridad en la prohibición de tener dinero o posesiones así que ganaban la subsistencia con trabajillos humildes inestables, que cobraban en especias, y por la mendicidad ambulante (no por el patronazgo, porque ya se sabe que el arte se envilece si se debe a un solo señor). Como no ansiaban tener más que lo justo para subsistir, les quedaba mucho tiempo para dedicarse a vivir la communitas. Sin embargo, este buenrollismo inorganizado, pasado un umbral de complejidad, no es capaz de resolver problemas como adoctrinar a los nuevos frailes, ocuparse de los viejos, mantener lugares de residencia y, sobretodo… si poseer podía ser pecado mortal, -incluso hubo frailes de la rama de los espirituales que murieron de hambre-, ¿cómo llevarse bien con el papa, que seguía siendo el jefe de los Franciscanos? Hay que poner normas y Elías, sucedió a San Francisco, que ahíto de su experiencia concreta, no se veía capaz de hacer el esfuerzo de abstracción necesario para organizar todo. Elías escribió la regla franciscana y comenzó la basílica de Asís: la regla y la estructura habían disuelto la communitas para tranquilidad del papa.

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Como la historia de Internet, sus ARPAs y Violas, la conoce todo el mundo –merece la pena verla aquí, un poco menos naïve de lo habitual– vamos directamente al resumen. En el principio, se dice que Internet estaba vedada al uso comercial y todo era altruista, lo cual es, al menos dudoso. Pero científicos e ingenieros gozábamos relacionándonos en un entorno que sabíamos que crearía una nueva comunicación basada en la tecnología y con nuestra participación entendíamos que construíamos, que conducíamos en mayor o menor medida las convulsiones que significaba su desarrollo… todas las reglas de uso estaban por construir: no existía Explorer, ni Google –Altavista, el abuelo de los buscadores, es de 1995-, nada de Facebook, Linkedin ni Twitter. En medio de esta ebullescencia, en la práctica ni siquiera en los espacios académicos, tan meritocráticos… o a veces gerontocráticos, existía un status reconocido en este entorno, porque nadie sabía más que nadie. No estando obligados por el argumento de autoridad, todos teníamos derecho a nuestra propia visión de la comunidad, pero todos éramos conscientes de compartir el espacio, sin estar constreñidos por convenciones –aún no presentes- y sin distinción de rol o estatus: este era el valor que determinaba nuestro encaje. Internet era una communitas[2].

¿Qué acabó con el Internet-Communitas? Fue una mezcla del exceso de fe que acabó con la communitas Franciscana y de la confusión tras la communitas festiva. Primero la fe en los patronos –ya lo dijo San Francisco- que pagaran las costosas conexiones sólo para mantener virgen el buen rollo de unos pocos… de hecho los ISP comerciales fueron los que consiguieron bajar los precios lo suficiente como para que mucha más gente pudiera coparticipar de una red incipiente en la que ni siquiera cabían todas las universidades, así que su comercialización fue más buena que mala pese a las opiniones de algunos net-Talibanes. Segundo la fe en que no existen jerarquías y nadie posee o controla Internet y la fe en que quien se ponía a tirar del carro lo hacía predicando con el ejemplo, sólo por ganar el prestigio entre los pares. Tercero el confundir lo aparentemente gratis con lo que se da ‘de buen rollo’… como Google, o Sun, que creyó que regalando Java al mundo iba a multiplicar sus ventas de miniordenadores. Cuarto, confundir estándar de facto o industrial, por flexible que sea, con ausencia de reglas.

¿Y qué nos queda ahora que la communitas Internet también se ha terminado? Hasta que el tiempo o Alemania[3] acabe con esta posibilidad, lo más fácil para experimentar la communitas es ir a un bar a ver un partido del mundial. Según avanzan los minutos, la jerarquía social se sedimenta y la única regla posible es compartir los afectos por el mismo equipo por medio de indumentaria, adornos, maquillajes y gritos hasta el paroxismo si el desarrollo del partido acompaña. Es un poco más aburguesado, sin duda, pero mucho más sencillo que perseguir un éxtasis religioso y mucho más juicioso, una vez se rondan los 40 y las resacas duran 4 días, que ponerse perdido en un concierto-camping y es que ‘mira que es difícil ser punki a los 40’.

Raúl Antón Cuadrado


[1] El Artículo de Turner, se puede leer en «EL AYER Y EL HOY, lecturas de antropología política. VOL1, hacia el futuro» Aurora Marquina espinosa, Comp. Capítulo “Comumunitas: modelo y Proceso (Victor Turner), de El proceso ritual ed Taurus, 1988)” http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=324259, y  un resumen en la WEB en: http://antropologia-online.blogspot.com/2007/10/communitas-modelo-y-proceso-victor-w.html

[2] Otro artículo que propone que Internet es una communitas.

[3] Bueno. Increible. Se vio que no, que lo consiguió España:  ¡¡Nunca había visto tantas banderas!!

4 comentarios sobre “Communitas Franciscanas, Internet y el Mundial de Fútbol

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