Poniendo a prueba el constructivismo. Un taller de pensamiento flexible.

Tanto hablar de constructivismo y lo buenísimo que es, pero aún me costaba trabajo pensar en el profesor al mismo nivel que los alumnos, como un animador necesario, en lugar de como un déspota ilustrado (ya se sabe: todo para el pueblo, pero sin el pueblo). Todos los profesores hacemos clases participativas, hay cada vez más quien se dice constructivista, pero algo me dice que eso es sólo de boca, nos quedamos lejos.Yo, al menos, necesitaba hacer una prueba de verdad.

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Se trataba de hacer un evento desde el paradigma constructivista, de redefinir, al menos por ese lapso de tiempo, las relaciones alumno-profesor para que el alumno aprenda a pensar por sí mismo y llegue –él mismo- a las conclusiones. Este es el punto central que promociona el constructivismo. Frente al cognitivismo, que promociona que el profesor le inyecte las conclusiones al alumno (lo de toda la vida) o al conductismo (alias disciplina militar), que le importa un bledo lo que sepa el alumno mientras se comporte como se espera de él, el constructivismo da vértigo. Se trata de que el profesor asuma los riesgos devenidos de dejar pensar a los alumnos. ¿Qué pasa si el alumno llega a otras conclusiones que a las esperadas? Y asumir el riesgo da la clave. Primero, el formato no podría ser el de una clase, sino el de taller. Lo segundo, el tema más propio para el taller sería precisamente el pensamiento flexible. Pensé que no era tan importante las conclusiones a que llegaran los alumnos, sino que se trataba de excitarles para que hicieran exhibición de ser humanos, para que pensaran por sí mismos. ¡Ah! Y como este podría ser un tema demasiado largo, decidí centrarme en los prejuicios, porque son uno de los puntos privilegiados por las grandes agencias de comunicación y marketing para trabajarnos los higadillos.

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Un prejuicio (del lat. praejudicium, ‘juzgado de antemano’) es el proceso de formación de un concepto o juicio sobre alguna cosa de forma anticipada, la elaboración de un juicio antes de tener ninguna experiencia directa o real. Una de las consignas que configuran la idiosincrasia de nuestra sociedad es que ‘no se deben tener prejuicios’. Bien. En mi opinión, es doblemente falsa. Primero porque los prejuicios son absolutamente necesarios y segundo porque sabiendo que son necesarios y que toda persona les tiene en cantidades abundantes, es un tanto cínico decir que no se deben tener. Sin embargo el error está en confundir el prejuicio o juicio anticipado a los hechos con un juicio definitivo, en contemplar nuestros propios prejuicios como dogmas. Pretendía hacer comprender, con el taller, que la toma de postura sana –y eminentemente humana- es la que teniendo prejuicios, (= opiniones previas), acerca de las cosas, está dispuesta a cambiarlos a la luz de los hechos o de nuevas reflexiones. Es por esto que no debemos de ‘eliminar los prejuicios’ sino estar dispuestos a ‘renovarlos’. Fragmento de la propuesta del taller que envié al director del centro

 

Queriendo hacer un taller constructivista, estaba claro que tenía que fomentar la reflexión mediante ejercicios o ejemplos y que era necesario prever que los ejemplos se pueden ‘ir de madre’, como pasó con alguno… Pero tenía un aliado más. Internet es una vacuna contra los prejuicios dogmáticos.Allí donde yo piense algo como absolutamente cierto, Internet me pondrá delante del morro a diez mil personas que han pensado distinto. Sólo hay que no tener miedo y atreverse a buscarlo. Estaba claro: el taller tenía que celebrarse en una sala de ordenadores y permitiendo a todos los asistentes conectarse en paralelo al desarrollo del mismo, no restringidos por los permisos del profesor/aminador, sino solo guiados por su curiosidad. Ya está claro qué, cómo, dónde, pero faltaba responder a una pregunta ¿A quién? Tenía que tirarme a la piscina y hacer la experiencia, así

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que pedí a mi amigo Tomás que me ‘prestara’ algunos alumnos del instituto de Roa para probar. Me senté con ellos, les planteé cinco ejercicios en una hora (alguno muy rápido) y les pedí que sacaran sus propias conclusiones. Me lo pasé pipa y como recuerdo me quedo con el resultado de la encuesta anónima que hicieron al acabar el taller. Además de que parece que comprendieron el mensaje, me quedo con las respuestas a la pregunta 7 y última que decía textualmente: ‘Tus sugerencias para mejorar el taller. Ya sabes que son muy bienvenidas’. ¿Respuestas?

  • Más tiempo de realización
  • Un poco más extendido y largo
  • Alguna curiosidad nueva
  • Creo que debería tener mayor duración
  • Que durara más.

Enternecedor. No voy a negar que me encante pensar que es porque soy un buen profesor, ni que obvie el efecto inequívoco de cambiar la rutina por esta experiencia nueva. Eso sí, lo que de verdad me apetece sacar como conclusión es que a las personas hay que animarlas a pensar por sí mismas, que es algo que se hace MUY POCAS VECES desde que nacemos. Y que cuando alguien nos anima a hacerlo, sin cortapisas, y respetando nuestros procesos de razonamiento –que son internos y privados y nadie tiene que influirlos- y respetando nuestras conclusiones –que si son distintas, deben despertar curiosidad y no recelo-… decía, que cuando alguien nos anima a pensar: ¡Nos encanta! También aprendí otra cosa. Que el romanticismo a veces se acaba. Y cuando suena el timbre, sobre todo si eres la última clase de la mañana, suena el timbre y bufan las alambres.

Raúl Antón Cuadrado

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