El relato de la meta-realidad

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Lecturas y relecturas veraniegas. Santander 2016.

 

No quiero seguir siendo un producto. Cuanto más lo pienso, más me incomoda. Es una sensación que hormiguea en mi nuca. Esa paranoia digital es uno de los precios que hemos decidido pagar de forma inconsciente para ser parte de este mundo postmoderno y líquido hasta el absurdo.

 

«Argüir que no te importa el derecho a la privacidad porque no tienes nada que esconder no es diferente a declarar que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir».

Edward Snowden

 

Participar en las redes sociales, tener un perfil y usarlo, nos ha sido entregado como un derecho con el que ejercer nuestra libertad de expresión. Sin embargo, el precio ha sido perder nuestra privacidad más allá de lo que quiero asumir. Cuando publicamos una fotografía en Facebook, no sólo exponemos nuestra vida, sino que además cedemos los derechos de la misma. Con la fotografía, además viajan a los servidores decenas de metadatos que se cuelan como polizones y que complementan la información que utilizan y venden los gestores de publicidad.

Los análisis de big data que se realizan sobre la información que aportamos consciente o inconscientemente en las redes es utilizado para manipular nuestros hábitos de consumo, nuestra opinión y elaborar un correlato que crea una realidad ficticia. Si nos guiásemos por las imágenes de Instagram, solo podríamos dibujar una sociedad compuesta por gente bella, que disfruta de comida sana en lugares paradisiacos donde pasan unas eternas vacaciones. Es un relato que construye una realidad, tan real o tan falsa como el cine, pero sin el filtro crítico de la reflexión. Y no me refiero solo a los filtros que hicieron popular a esa red. Nos sitúa en un punto en el que, al estar elaborado por gente común, asumimos sin escepticismo lo que vemos, y poco a poco se asienta en nuestra visión de la realidad.

Ver la sociedad, la actualidad de lo que nos rodea, desde el prisma de nuestro entorno digital, imprime un sesgo que limita nuestra perspectiva de la realidad. En España, desde hace unos años, nuevas fuerzas políticas han comenzado a ofrecer una alternativa a las más tradicionales. Independientemente del color de las mismas, con esos partidos se han introducido unas prácticas de la difusión de sus planteamientos que hacen uso intensivo de las redes sociales. Tratar de anticipar los resultados de unas elecciones viendo la evolución de las diferentes posiciones, a partir de los debates o tertulias emitidas en los medios de masas, resulta frustrante. Sin pretenderlo, nos hemos mentido, rodeándonos de gente que piensa, opina, o al menos, difunde las ideas que nos agradan. Es similar a leer siempre el mismo periódico, pero hemos sido nosotros quienes hemos generado el comité de redacción y hemos censurado gran parte del espectro.

Recientemente, Facebook ha decidido cruzar aún más información personal de forma explícita con otras de sus redes sociales y herramientas como WhatsApp, en un claro ejercicio de normalización de lo anormal. La reacción de Telefónica, como ISP, proveedor de acceso a Internet, ha sido la de crear su propio gestor de metadatos, y permitirá que sus usuarios decidan qué datos regalan a Facebook o Google por ejemplo. Así, se incluye un nuevo agente en la monetización de esa información, y no se defiende el derecho a la privacidad.

Tanto la privacidad como la neutralidad de la Red están siendo amenazadas. ¿Existe la posibilidad de producir contenidos en Internet sin que el creador se convierta en la mercancía? ¿Podemos elaborar un mensaje disidente que reconfigure la meta-realidad que quieren imponer las grandes empresas de Internet? ¿Es la educación en los medios suficientemente libre para no reproducir el modelo dominante?

Miguel de la Sierra Cortés

 

4 comentarios sobre “El relato de la meta-realidad

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